por Carlos Alberto Montaner
(FIRMASPRESS) La crisis española es consecuencia de la debilidad del tejido productivo: poca innovación y escasa productividad. La sociedad no produce lo suficiente para dar trabajo y costear el Estado de Bienestar y la enorme burocracia de sus 17 gobiernos regionales. Es obvio: si se quiere vivir como los alemanes y los suecos hay que producir y administrar como ellos. De lo contrario, las cuentas nunca salen.
A esa crisis le sigue el viejo fantasma del separatismo vasco y catalán, especialmente exacerbado en épocas de vacas flacas. Con un territorio de 32 000 kilómetros cuadrados, siete millones y medio de habitantes, una lengua, historia y cultura propias, muchos catalanes se sienten parte de una entidad nacional diferente a la española. ¿Son la mayoría? Difícil saberlo.
El cuadro vasco es diferente. Con un territorio de 7 200 kilómetros cuadrados, aproximadamente 2 250 000 habitantes, una lengua impenetrable, el euskera, hablada por apenas un tercio de la población, con escasas manifestaciones culturales, es más improbable que logre segregar un Estado independiente, objetivo que, además, no comparte la mitad de los vascos. No obstante, Euskadi es la zona más industriosa, más rica, y la que tiene, junto con Navarra (mitad vasca), la mejor calidad de vida en España.
El tercer factor de inestabilidad es la fragilidad del modelo de Estado. Durante los últimos dos siglos la dinastía de los Borbones causó tres terribles guerras civiles "carlistas", desapareció tres veces (y otras tantas fue restaurada), y en dos oportunidades los españoles ensayaron, sin éxito y con desenlaces sangrientos, el modo republicano de Gobierno.
El rey Juan Carlos es muy popular, y la mayoría de los españoles le atribuye, con razón, un papel muy relevante en la transición a la democracia, pero probablemente él es más respetado que la institución monárquica, aunque su hijo Felipe y la princesa Letizia también sean muy queridos.
En todo caso, la relación de los españoles con su casa real no parece ser tan fuerte como sucede en Inglaterra y otros países europeos. En 1975, víspera de la muerte de Franco, a Juan Carlos le apodaban 'El Breve', porque muchos españoles pensaban que duraría muy poco en el trono.
La sucinta conclusión de este análisis es obvia: la España que conocemos sólo sobrevivirá en democracia si logra un mínimo razonable de prosperidad económica, movilidad social y progreso material, en el que sus distintas regiones encuentren que tiene sentido participar en un modelo de Estado y de gobierno que las beneficia y que están a su servicio. Pero todo eso implica ampliar, fortalecer y modernizar el tejido empresarial. Si no se produce esa transformación, la crisis puede desembocar en un desastre permanente. Ese es el problema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario