(cOsAsDiveRTIdAs:238476) Los dilemas del presente (politica)

 

Los dilemas del presente
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2014/02/01/opinion/OPIN-06.html

Por Rogelio Alaniz

 

"La democracia es el sistema que de vez en cuando nos obliga a inclinarnos ante la opinión de los demás".
- Winston Churchill

Las cosas no andan bien en la Argentina y a esta dolorosa realidad la conocen los opositores, la perciben algunos oficialistas y la sufre la gente, todos los días. Ayer, el gobernador de Misiones, Maurice Closs, declaró que es necesaria una convocatoria multisectorial para resolver la crisis entre todos, y arribar a 2015 con la economía y la sociedad en orden. La intención es buena.

Es buena, pero llega tarde. Además, el gobierno no cree en estas soluciones y la oposición está más interesada en que el gobierno se vaya en 2015 que en contribuir a salvarle la ropa. Diez años de descalificaciones, de antagonismo irreductible, de ofensas y agravios, no se superan con repentinas y sospechosas declaraciones de buena voluntad. Casas más, casas menos, el país está partido por la mitad y esa fractura no se arregla de la noche a la mañana.

El ciclo kirchnerista está agotado. Lo que importa es que su final histórico coincida con la fecha prevista por la cronología política. Las causas que para bien o para mal justificaron la existencia del oficialismo no existen o han sido superadas por los acontecimientos. Los problemas que se le presentan al país de aquí en adelante son diferentes; y para ellos, el libreto kirchnerista no tiene otra respuesta que no sea la agitación de consignas cada vez más huecas.

La duda de si el gobierno llega a 2015 no nace de la maledicencia de los opositores, sino de las tormentas que se desatan sobre la Nación. En cualquier circunstancia, lo que se impone es la sensación de decadencia, de descomposición social y política. Que un gobierno concluya su mandato y en el camino vaya perdiendo poder, no debería ser una tragedia; sin embargo, lo es cuando ese gobierno hizo lo imposible por presentarse ante la sociedad como eterno.

La historia juzgará a los Kirchner, pero el problema en tiempo presente no es jurisdicción de la historia, sino de los Tribunales. El kirchnerismo ha fracasado, pero ese fracaso no proviene tanto de la imputación previsible de sus opositores, sino de la sensación de derrota que domina a un gobierno que se concibió para siempre y que ahora debe prepararse para salir de escena.

El kirchnerismo se va, pero deja en el campo de batalla una sociedad derrotada, devastada y fracturada ¿Quién es el responsable de esa fractura? ¿Todos? ¿La oposición? ¿El gobierno? La experiencia y la propia teoría enseñan que cuando las sociedades modernas se dividen, la responsabilidad principal por acción, omisión o por las dos cosas, es del gobierno. No se trata en este caso de salvar de sus culpas a la oposición o a quienes como ciudadanos no disimulan su rencor contra el gobierno.

La oposición política y social no está integrada por angelitos y su coro de voces no sintoniza la misma melodía, pero quien ejerce el poder, quien dispone de sus atributos y recursos, es a quien le corresponde contener y reducir los antagonismos al mínimo. Gobernar para todos los argentinos, no es una consigna retórica, una invocación de buena voluntad para quedar bien y gratis con las almas bellas. Gobernar para todos los argentinos, tampoco significa darle la razón a todos o renunciar como gobierno a cumplir con sus propias metas. Nada de eso.

Gobernar para todos, es contener a todos, acomodar los objetivos propios a las necesidades históricas. En definitiva, afianzar la legitimidad, objetivo que se logra, en primer lugar con el consentimiento de los opositores. Desde el poder, los conflictos se negocian, si es necesario se apaciguan, y en cualquier caso lo que no hay que hacer es atizarlos.

El orden democrático no niega la existencia de los conflictos. Estos existen como natural expresión de los hombres y las sociedades, y hacen a la constitución de las sociedades modernas. El dilema no es ignorar los conflictos, sino preguntarse qué se hace con ellos.

Las dictaduras -por ejemplo- suponen que éstos se deben suprimir por la fuerza. Por el contrario, una democracia que se precie de ese nombre tiene la obligación de encauzarlos, darles un contexto civilizado reduciendo al mínimo las probabilidades de estallidos y, sobre todo, impidiendo que la gestión del poder atente contra la Nación. ¿Tan así? Al respecto hay que recordar que una sociedad dividida, rota, partida por la mitad, pone en riesgo el concepto mismo de nación, ya que no hay nación sin pueblo y no hay pueblo que merezca ese nombre si no está contenido por la política y las instituciones.

Habría que tener presente, por último, una consideración que sin dejar de ser histórica es eminentemente práctica: la fractura social, la conflictividad permanente, la discordia perpetua provoca grandes costos sociales, culturales y, muy en particular, económicos. En estos diez últimos años, la Argentina perdió mucha plata en agitaciones innecesarias, en batallas prescindibles, en peleas estériles.

Gobernar en democracia significa hacerse cargo de algunas obligaciones sin las cuales ella se transforma en una caricatura de sí misma.
Dicho con otras palabras: no se puede gobernar con las ventajas de la democracia y los beneficios de la dictadura.
Esto quiere decir que desde el poder democrático no se amenaza, no se convoca a la ruptura. Y, sobre todo, a ese poder no se lo concibe como eterno.
Una nación merece ese nombre cuando sus objetivos son de largo plazo, pero sus gobiernos son temporarios. Exactamente al revés de lo que ocurre en los tiempos que corren, con gobiernos que se creen perpetuos y políticas que nunca van más allá del menudeo cotidiano.

Mesianismo y democracia; perpetuidad en el poder y república, son conceptos antagónicos, reñidos e irreconciliables. Pensar la democracia es pensar sus contradicciones y complejidades. Sabemos que la democracia es la soberanía popular, pero en términos institucionales es también el límite a esa soberanía popular. No hay democracia sin una mayoría gobernando, pero tampoco hay democracia sin una oposición criticando y preparándose para gobernar en el futuro. Menos aun hay democracia sin un Parlamento que funcione y una Justicia independiente. ¿Es necesario decirlo?: No hay democracia sin elecciones periódicas, sin alternancia y sin libertades civiles y políticas.

Democracia, decía un amigo, es caminar por la calle con tu mujer del brazo sin el temor de ser vigilado. Democracia, sostenía otro amigo, existe cuando alguien golpea la puerta de mi casa y yo no tengo el temor de que sea una patrulla. Democracia -digo- es construir ciudadanos, no clientes; es emancipar, no someter; es respetar, no humillar.

Hay muchas maneras de pensar la democracia, pero hay fronteras que separan a la democracia de lo que no lo es. Hoy, las diferencias entre democracia y dictadura son visibles y evidentes, pero no lo son tanto las diferencias entre democracia republicana y populismo. O entre democracia republicana y democracia delegativa. O, en términos de gestión de poder, entre deliberación y decisionismo.

El populismo suscribe a la democracia, gobierna con el consentimiento de una mayoría, y si bien no cree demasiado en las virtudes de los sistemas electorales, en la mayoría de los casos actuales se legitima a través de procedimientos electorales. Sin embargo, el concepto de poder del populismo no es democrático. Cree en los líderes mesiánicos cuya legitimidad no proviene del voto sino de sus atributos mágicos; desconoce los límites republicanos del poder; concibe a la oposición como enemiga; subestima y en algún punto niega las libertades, y a cada experiencia de poder que inicia la concibe fundacional, regeneracionista y eterna.

El problema en la Argentina es que estos proyectos recurrentes se contradicen porque no pueden cumplir con ninguna de sus metas: la unanimidad y la perpetuidad en el poder.
Como escribiera Natalio Botana: "La historia argentina de los últimos años es la historia de los fracasos reiterados de los proyectos hegemónicos".
El problema es que la bromita sale cara y los responsables regresan a sus casas millonarios y felices.
Tal vez para creer en el futuro sea necesario que la misma pasión que se puso para juzgar a los militares golpistas, se ponga para mandar entre rejas a los gobernantes corruptos.

 

 

 

 

 

 



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