(cOsAsDiveRTIdAs:236620) Politica de las emociones (politica)

 

Política de las emociones
http://www.rionegro.com.ar/diario/politica-de-las-emociones-1447032-9539-nota.aspx

por Aleardo F. Laría

 

Lejos de la extendida opinión que considera al hombre como un ser racional, los datos provenientes de la historia de la humanidad demuestran que estamos más bien ante una unidad de sentido emocional.

La política, actividad social por antonomasia, arrastra enormes contenidos emocionales que, en muchas ocasiones, se convierten en obstáculos insalvables para permitir una lectura fría y objetiva de la realidad. Cuanto mayor es la carga emocional, mayor la dificultad para conseguir evaluaciones correctas de los hechos, como lo demuestran acabadamente –por si existiera alguna duda– los episodios que salpican nuestra movida actualidad política y social.

Forman parte del registro emocional del ser humano cuestiones como las relativas al fervor religioso, al entusiasmo místico por un individuo del otro o del mismo sexo –amor o enamoramiento– y la construcción imaginaria que une valores, datos de la experiencia personal, intereses materiales, deseos de reconocimiento y visiones sobre el debe ser, para dar lugar a una cosmovisión compleja que denominamos ideología. Todos estos ingredientes emocionales operan sobre los datos que se obtienen de los sentidos –fundamentalmente la vista y el oído– y de los sentidos de los demás, que nos llegan a través del lenguaje escrito u oral.

El siglo pasado fue el de las ideologías. El marxismo representó una cosmovisión muy acabada y completa, con interpretaciones que abarcaban los planos de la filosofía, la política, la economía, la sociología y hasta la futurología.
El resto de las construcciones ideológicas, como el fascismo, el nacionalismo o el liberalismo, fueron definidas por contraste con el marxismo, no tanto porque no existieran en germen en numerosos autores, sino más bien porque no habían tenido un traductor unificador de la talla de Carlos Marx. El enorme esfuerzo intelectual del autor de "El capital" permitió incorporar el marxismo a las religiones del libro.

Cuando en los años sesenta Daniel Bell publicó un ensayo titulado "El fin de las ideologías", la izquierda de formación marxista interpretó que estábamos ante un texto de matriz conservadora, en el que se pretendía sustituir el debate político por el gobierno de los expertos.
En realidad, lo que Bell expresaba era una profunda desconfianza por la política de las pasiones, teniendo en cuenta que la exacerbación de las emociones había conseguido que líderes como Stalin, Mussolini y Hitler acabaran con la vida de millones de personas. Bell reivindicaba la ética weberiana de la responsabilidad frente a la ética de las convicciones que había pretendido organizar la sociedad alrededor de sueños románticos, sin evaluar correctamente los costos sociales y humanos de tales empresas.

En la mayoría de las democracias modernas, las ideologías ocupan un lugar cada vez más reducido. Como señala Luigi Zoja, la ideología vuelve rígida la mente, y la ideología absoluta la vuelve rígida en modo absoluto. Ahora se prefieren las posiciones pragmáticas, en el sentido de prudentes, para corregir los males sociales. Han desaparecido las pretensiones de dar lugar a experimentos de ingeniería social complicados, de impredecibles resultados. Los países que en el mundo siguen corriendo detrás de las utopías decimonónicas, como Venezuela, Cuba, Corea del Norte –y en cierto modo Argentina– no hacen más que acumular problemas y sus economías están exhaustas.

Lentamente, el lugar de las ideologías ha venido siendo ocupado por el rol cada vez más relevante de los liderazgos mediáticos. Los ciudadanos no confían ya en los viejos partidos ni en los extensos programas inverificables, sino más bien en la lectura que hacen a partir de los rasgos fisonómicos y la mayor simpatía que consiguen despertar ciertas personalidades públicas. Estamos asistiendo al nacimiento de lo que Bernard Marín denomina democracia de audiencias. Lo que pone de manifiesto que la parte emocional del ser humano sigue ocupando, y probablemente ocupará durante largo tiempo, un lugar relevante en el espacio de la política.

La consecuencia de este exceso de personalización de la política permite entender el alto grado de volatilidad que experimenta el sentimiento de las audiencias. Los picos de popularidad seguidos de fuertes descensos en el grado de aceptación de Cristina Fernández son muestras elocuentes de la fuerte presencia de las emociones. Explica, entre otras cosas, que se elevara el nivel de adhesión electoral hasta alcanzar el 54% de los votos por el infortunio de haber enviudado prematuramente, o su brusca caída en las encuestas por la presencia de una inoportuna ola de calor que puso al desnudo la falta de inversión en la infraestructura eléctrica.

La personalización de la política ha venido para quedarse. Es difícil imaginar que en una sociedad de la comunicación y la imagen pudiera acontecer otra cosa. De modo que la única alternativa para atenuar su impacto es crear, en forma paralela, mecanismos que permitan a las audiencias realizar evaluaciones objetivas sobre el desempeño de los líderes. Las democracias modernas, para cubrirse de los riesgos del exceso de la personalización de la política –como se ha verificado con el paradigmático ejemplo de Silvio Berlusconi en Italia– deben fortalecer su entramado institucional, aceitar el sistema de cheks and balances y crear contrapesos al poder personal.

Fortalecer los partidos políticos estimulando la competencia interior; garantizar la presencia de un Poder Judicial independiente; separar el gobierno de la administración para garantizar su imparcialidad y profesionalidad; arbitrar mecanismos de transparencia que permitan que la información llegue a los ciudadanos para que puedan evaluar el desempeño de los políticos; desvitalizar el presidencialismo, son todos modos de mejorar la calidad de nuestras instituciones. Allí se debe poner el máximo esfuerzo en los próximos años. Sabiendo que las emociones seguirán ocupando por largo tiempo un lugar importante en el espacio de la política, debemos crear las condiciones para que en ese terreno, de vez en cuando, también se instale, con fuerza, el pensamiento racional.

 







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