(cOsAsDiveRTIdAs:192820) * El padre enfermo

* El padre enfermo
 
En toda vida humana hay un momento en el que le damos la vuelta a los prismáticos: y todo aquello que, visto con cristales de aumento, nos parecía enorme, cercanísimo y acechante, se aleja de repente, se vuelve, al invertir los cristales, diminuto y distante, inofensivo y casi inexistente. Esa vuelta a los gemelos se produce cuando nos llega un gran dolor o cuando se descubre un gran amor. Todo gira entonces. Los valores se invierten. La realidad sigue siendo la misma, pero sus medidas son lo contrario de lo que eran.
Una amiga mía vive en estos días ese giro de página: su padre está seriamente enfermo y amor y dolor, juntos, hacen que todo su mundo cambie de color. «¡Cuántas cosas -me dice- por las que antes luchaba y me angustiaba se me han vuelto fútiles e innecesarias! ¡Qué tontas me parecen algunas ilusiones sin las que me parecía que vivir sería imposible! ¡Cómo se vuelve todo de repente secundario y ya sólo cuenta la lucha por la vida y la felicidad de los seres que amas!»
Es cierto: la gran enfermedad de los hombres es esa miopía cotidiana que nos empuja a equivocarnos de valores, que convierte los granos en montañas y las minucias en tragedias.
Yo me he preguntado muchas veces qué pediría a Dios si él me concediera un día un milagro. Y creo que suplicaría el ver, el ver las cosas como él las ve, desde la distancia de quien entiende todo, de quien conoce el porvenir y las auténticas dimensiones de las cosas.
Si tuviera este don, ¡qué distinta sería mi vida! ¡Cuánto más amaría y cuánto menos lugar habría dado a las apariencias! ¡Qué poco me habrían importado los éxitos y cuánto las amistades! Mi amiga me dice también: «Ahora "gano" mis tardes haciendo crucigramas con mi padre. Soy feliz viéndole sonreír. A su lado no tengo prisas. Cada minuto de compañía se me vuelve sagrado. Y cuando a la noche regreso a mi casa "sin haber hecho nada" (sin haber hecho nada más que amar) me siento llena y feliz, mucho más que si hubiera ganado un pleito, construido una casa o acumulado un montón de dinero. Charlo con él. Charlamos de nada. Vivimos. Estamos juntos. Le quiero. Le veo feliz de tenerme a su lado. No hay premio mayor en este mundo. Sé que un día me arrepentiré de millones de cosas de mi vida. Pero que nunca me arrepentiré de estas horas" perdidas haciendo crucigramas a su lado".»
Mi amiga tiene razón. Ha vuelto sus prismáticos y de repente el cristal de aumento de su corazón le ha hecho descubrir lo que la mayoría de los seres humanos no llegan ni siquiera a vislumbrar. Y todo lo demás se ha vuelto pequeñito y lejano: secundarísimo.

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