Hang Mioku, de 48 años, se realizó su primera  cuando tenía 28 años; su cambio de apariencia le provocó tal adicción que se mudó a Japón, donde se realizó decenas de , principalmente en su . 

Después de realizarse múltiples cirugías, su rostro quedó alargado y desfigurado, pero aún podía verse en el espejo y pensar que era bella. 

Eventualmente los cirujanos a los que acudía se rehusaron a realizar más operaciones, y uno de ellos incluso le advirtió que su obsesión podía ser un desorden psicológico. 

Cuando regresó a Corea, su rostro había cambiado tanto que ni sus padres la reconocieron. 

Sorprendentemente encontró en su país a un cirujano que accedió a administrarle unas inyecciones de silicón, e incluso le dió una jeringa especial y silicón para que ella misma se lo administrara. 

Después de que se le agotó el silicón, la mujer comenzó a inyectarse aceite de cocina, lo que provocó que su rostro se desfigurara de manera grotesca. 

La historia Hang Mioku fue difundida por la televisión de su país, y ha causado revuelo sobre el problema de la adicción a las cirugías plásticas.