(cOsAsDiveRTIdAs:218012) Debate sobre el sexo anal

 

Debate sobre el sexo anal
http://www.urgente24.com/node/206487 
por Ivan Martins

"Cada vez que me niego al sexo anal me quedo sin novio", explicó Nicole Bahls, una modelo brasilera, quien trascendió inicialmente como integrante de un grupo de secretarias televisivas llamadas Panicats de Panico, luego salió con el ex jugador de fútbol Ronaldo y más recientemente con el jugador argentino del Vasco da Gama, Victor Ramos. Su declaración provocó una polémica columna en el semanario Época.


Nicole Bahls fue considerada, segun Playboy, una de las mejores colas de Brasil.

RIO DE JANEIRO (Época). Nunca se sabe si las declaraciones de los famosos son sinceras o simplemente tienen el objetivo de atraer la atención y causar revuelo en la prensa. Hecha esta gigante salvedad, me sorprendí al leer en internet la entrevista a la modelo Nicole Bahls la semana pasada. Con sinceridad inusual, ella le explicó a un reportero que sus novios la cambiaban por otras mujeres porque -según sus propias palabras- a ella no le gusta "entregar la cola" (la expresión que utilizó fue "dar o bumbum"), habiendo "un montón de mujeres por ahí que lo hacen", dijo. "Como a mi no me gusta el dolor, pierdo al novio".

Bonita y famosa tal como ella es, sospecho que Nicole no tendrá alguna dificultad para sustituir a los sodomitas malvados que de manera tan insensible la dejan en la fila. También creo que, si bien es inevitable reírse de ese asunto, es serio. Se trata de un problema de relaciones que molesta a millones de mujeres brasileñas. Nunca ví una estadística, pero imagino que buena parte de las amantes, novias y esposas en este país necesitan eludir diariamente la misma insistencia vivida por Nicole: hombres lujuriosos que quieren tener sexo anal. En ellas, frente a la presión, las chicas se niegan o ganan tiempo. En ocasiones, un impaciente fetichista se va. Creo que esta forma dolorosa de pecado debe ser el segundo tema principal en la vida de nuestras parejas. El primero, por supuesto, es quien lava los malditos platos.

En el pasado, las mujeres como Nicole podían proteger su patrimonio invocando la ley. Por inspiración del Imperio Británico, que administraba la aburridísima reina Victoria, la sodomía estaba prohibida en casi todos lados durante el siglo XIX, junto con otras formas de perversión como la bestialidad y... el sexo oral. Conocidas como leyes de sodomía, estas prohibiciones pretendían evitar que los hombres gay tuvieran relaciones sexuales entre sí, pero también se aplicaba a las parejas heterosexuales. En el mundo anglosajón, que influenciaba el comportamiento oficial de la élite en el resto del planeta (siempre existió el comportamiento paralelo), cualquier forma de sexo que no fuese reproductivo era considerado antinatural. Los últimos 15 estados de USA en abolir las leyes de sodomía lo hicieron en 2003. Este es ayer, en términos de historia.

Ya que ahora no existen más las prohibiciones legales, todo lo que sucede en el mundo de las relaciones sexuales puede ser libremente negociado en el interior de las parejas. Y aquí es cuando la cosa aprieta. La cultura brasileña masculina es profundamente fetichista. No basta mirar la cola de la mujer, es necesario tomar posesión de ella. Cuanto más bello el paisaje, mayor será la exigencia de corromperlo. Esta lógica de posesión está tan centrada en el deseo masculino que ignora la anatomía y la cabeza de la mujer. Algunas simplemente no tienen la condición física para acomodarse al placer masculino. El esfínter no es igual en todas ellas, así como los hombres brasileños, beneficiados por el mestizaje, son enormemente desiguales entre sí. Grandes, en este caso, son los documentos esenciales de la negociación. 

También existe el problema psicológico. Muchas mujeres no sienten placer anal. Otras no soportan ni la idea del sexo en este compartimiento. Les da asco, repulsión, qué se yo. Como hombres, teniendo la resistencia que tenemos a que nos toquen en el lugar donde mamá puso talquito, no nos debería extrañar dicha objeción. Pero nos extraña. Crecimos escuchando en el living de casa, de parte de aquel tío simpático y depravado, que no hay nada más lindo que someter a una mujer a la justicia de nuestra fantasía -y que a ella, aunque llore como si estuviera siendo golpeada, le encanta-. Motivados por nuestro deseo, nos negamos a creer que a las mujeres realmente no quieren o no les gusta entregar "la cola". Tendemos a pensar que, en el fondo, su resistencia es una especie de barrera emocional, neurosis, un defecto de software que un día, con mucha persistencia, será reparado en la conversación. O por la fuerza. 

Es necesario admitir que la leyenda fabulosa del sexo anal tiene los dos pies en la realidad. Uno se trata de mujeres a las que realmente les gusta esta clase de placer. Ellas existen y no son tan pocas. Se mueven con discreción entre los hombres y entre las propias mujeres, porque nuestra moral sexual condena todo lo que exalta secretamente. Las muchachas sodomitas tienen vergüenza y saben que pueden ser degradadas por moralistas y feministas.

Cuando un hombre tropieza con una de ellas, a veces inesperadamente, descubre en seguida que aquel tío pervertido era idiota -si a ellas les gusta, el dolor no es parte importante del proceso-. El placer se hace con delicadeza y estilo masculinos. 

Otro pie de la otra leyenda viene dado por las mujeres que ceden, aunque no le gusta. También son muchas. El marido insiste hace mucho tiempo, la relación está tibia, entonces se hace cualquier cosa para ver los ojos del sujeto brillantes de nuevo. Con el tiempo ellas se acostumbran. O también está el miedo a perderlo, miedo de que el tipo -tal como dice Nicole Bahls– se vaya a buscar por ahí lo que no tiene en casa. En este caso, ellas toman un trago, o encienden un cigarrillo, anestesiadas o medias anestesiadas se dan vuelta para que el sujeto termine pronto. 

Las feministas dirán que esto es un horror, pero la verdad es que la gente hace muchas cosas desagradables por el otro. Soportan 9 meses de embarazo, por ejemplo. O cocinan y hacen la limpieza cuando quisieran reposar en el sofá. Los hombres trabajan en puestos de trabajo horribles por años, 10, 12, 13 horas al día para mantener el hogar y la familia. Cuando alguien cae enfermo, el otro lo cuida, aunque no sea agradable. Todas estas cosas se hacen, al menos en parte, por amor. Gran parte de nuestra vida implica sacrificio. No quiero sugerir con esto que las mujeres tienen que ceder a los deseos de sus hombres y darse vuelta sólo porque a ellos les gusta. Pero creo que si ellas se deciden a hacerlo tendrán sus razones. Como estarán totalmente correctas si dicen que no. Es su cuerpo. Es su cola. Tal vez no haya nada más íntimo y personal.






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