La República, entre el cepo y la mordaza
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por Guillermo Illuminati

Que no se nos diga mañana que el pueblo argentino quiso voluntariamente llegar a este extremo de exasperación y confrontación y esta posición desesperada donde nos quedan muy pocas opciones para vivir en paz y con justicia.

Que no tratamos de dialogar civilizadamente, de recurrir a las herramientas que la Constitución nos provee para poder vivir democráticamente en una comunidad donde todos nos respetemos como hermanos, no obstante sustentar diferentes ideas y pareceres.

Que no salgan los descarados que ya todos conocemos alegando que fuimos intolerantes, arbitrarios, malos ciudadanos o no buscamos el diálogo. Que no lo digan siquiera, porque la gente está harta de mentiras y sólo aumentarán un repudio colectivo mayor.

Cuando era niño, solía leer de todo, sin hacer ningún tipo de selección: Salgari, García Mata, Blasco Ibáñez, Quiroga, Claudio de Alas, Jorge Isaac, Chejov. Güiraldes o J. London. Y un día cayó en mis manos un librito titulado “El jardín de los Suplicios”, no recuerdo su autor, sólo que era un apellido francés y trataba de las torturas que los chinos de las guardias del Emperador aplicaban impiadosa y cruelmente en la antigüedad a sus presos políticos.

Recuerdo una tortura que me impresionó en sumo grado: un suplicio que requería, no sólo la gran inventiva e imaginación del amarillo, sino también una extrema perversidad y sevicia.

A los cautivos resistentes, como prueba final, se les aplicaba el inconcebible tormento de la “rata desesperada”, a la que encerraban en una pequeña jaula cuya única abertura o salida se adhería fuertemente a la zona anal del prisionero. Luego el verdugo tomaba un hierro al rojo y comenzaba a aplicárselo al roedor, hasta que el mismo, ante el terror de morir quemado optaba por la única salida que le quedaba, introduciéndose en el intestino de la víctima destrozándole las entrañas.

No tengamos en cuenta la horrenda muerte de la víctima, sino la actitud de la otra víctima, la rata, que, contra su voluntad es obligada a tomar una única y no deseada salida. Éticamente, la rata está salvada, ya que, siempre el único y último camino es siempre legítimo.

El ser humano, más que el animal, requiere de ciertas libertades elementales para ser feliz y desear la vida. Más cuando se van perdiendo o coartando esos derechos, como viajar y trasladarse, disponer de su propiedad, trabajar y ahorrar, prever el futuro o una vejez sin apremios, invertir el producto de su trabajo en donde le parezca más beneficioso, opinar libremente y publicar sus ideas sin agraviar a nadie, difundir las mismas aunque no coincidan con las doctrinas del grupo político dominante. Cuando ocurre todo esto, la existencia ya no parece tan agradable y digna de vivirse y se entra progresivamente en una espiral de desesperación y angustia.

Y así se llega al punto de la “rata desesperada”, y para entones, se va perdiendo aprecio a la vida y se termina recitando como el pirata de Espronceda, “¿y si caigo, qué es la vida?”

La rata está desesperada y no razona, y para ella la idea de la vida llega a ser más intolerable que la de la misma muerte. Ya mi viejo profesor de psicología decía lo mismo cuando nos quería explicar las razones del suicida.

Gran parte de nuestra sociedad, por no decir “la mayor parte”, está acercándose al límite de la rata. Está reharta de que cada día se le retacee o cercene algún derecho (muchos de ellos establecidos en la Constitución y el resto, implícitos en el Derecho Natural). Cuidado, entonces, porque nos acercamos a una zona peligrosa.

No se ven los instrumentos de tortura de los chinos, pero contamos con artificios más sutiles. El lector ya los conoce bien. Se los recordaré: Hoy los llamamos EL CEPO, LA MORDAZA O LA TRAMPA, que nos conducen por una pendiente que nos va llevando paulatinamente a una DICTADURA, con la aplicación en forma progresiva, por ejemplo, de los siguientes torniquetes:

a- El cepo cambiario, que impide al ciudadano disponer o invertir SUS fondos o ahorros donde se le cante, y que le impide viajar y visitar en el exterior a un familiar o girarle una ayuda económica, tanto como al empresario y productor importar los insumos necesarios para poder mantener la línea de producción a un ritmo rentable.

b- El cepo previsional, que lo obliga a Ud. a aportar a las cajas de jubilaciones que dispone arbitrariamente el Estado, quien, como todos sabemos, emplea los aportes de los obreros en forma arbitraria y discrecional.

c- El cepo del porcentaje jubilatorio (que tendría que ser de un 82% móvil), pero que, por el obcecado veto de la Presidente, se mantiene frenado mientras nuestros ancianos pasan una vejez de mierda.

d- El cepo de las estadísticas, que permite, mediante un cúmulo de falsedades y mentiras, mantener erróneos índices para un sinnúmero de actividades socio-económicas y cuya aplicación en convenios laborales y contratos, generalmente perjudica al pueblo trabajador (índices de pobreza, índices de ocupación laboral, inflación y costo de la vida, etc.)

Y finalmente, tenemos que hablar de las dos últimos y peores engendros tramposos, a saber:

e- El cepo o mordaza a la libertad de expresión y opinión pública, cuya próxima aplicación tiende a suprimir totalmente toda idea o comentario que critique u objete la acción de gobierno o cuestione algún aspecto del modelo de país que pretenden obligarnos a aceptar. No es tanto una mordaza o bozal para los ciudadanos, como un grave atentado al sistema democrático.

f- Y el broche de oro y “la trampa caza bobos” más infernal se llama INDRA, o el “cepo electoral”, que anulará totalmente a la voluntad popular a fin de perpetuar en el poder a este régimen de oprobio. Una empresa cibernética que, por sus componentes tecnotrónicos, es muy difícil de controlar y que ya está firmemente instalada en el país. Actuará en los próximos comicios y escrutinios independientemente de la Justicia Electoral, o supervisión de los partidos políticos.

Como puede apreciarse sin eufemismos, señores lectores, el pueblo argentino se enfrenta hoy ante un cruel dilema: LA ESCLAVITUD O LA LIBERTAD. Y COMO LA RATA, CREO QUE CADA VEZ LE VAN DEJANDO MENOS OPCIONES.






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