(cOsAsDiveRTIdAs:233288) La politica del miedo (politica)

 

Editorial
La política del miedo
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A la luz del clima tenso que se las ha arreglado para difundir el gobierno de la presidente Cristina Fernández de Kirchner, el ataque violento que sufrieron Sergio Massa y sus acompañantes en La Matanza el domingo pasado no debió haber motivado sorpresa alguna. Al hacer suyo un "relato" supuestamente épico en que Cristina y otros militantes de la causa nacional y popular están luchando con heroísmo contra golpistas genocidas apoyados por corporaciones malignas, los kirchneristas han creado una situación en que tales episodios podrían multiplicarse en las semanas próximas.

Para quienes toman en serio la retórica oficial, la derrota que según todas las encuestas le espera al Frente para la Victoria en las elecciones legislativas del mes venidero tendría consecuencias tan calamitosas para "el pueblo" que sería perfectamente lógico que los más preocupados se negaran a respetar el veredicto de las urnas. Tal actitud contaría con la aprobación de muchos kirchneristas que, como los autoritarios que son, están dispuestos a reivindicar la democracia con tal que les sirva para alcanzar el poder, pero de ganar una elección un opositor, la denunciarán como una patraña burguesa, atribuyéndose el derecho a continuar la lucha en la calle por todos los medios disponibles incluyendo, desde luego, el uso de la violencia.

Los kirchneristas nunca han sido reacios a sembrar miedo entre quienes no comulgan con su credo, de ahí los atropellos constantes perpetrados por matones como Guillermo Moreno contra empresarios y manifestantes antigubernamentales.

A partir de la llegada a la Casa Rosada de Néstor Kirchner, el gobierno se alió con agrupaciones de piqueteros, entregándoles subsidios cuantiosos, a sabiendas de que los desmanes que protagonizarían le resultarían útiles al advertirle a la clase media urbana que un eventual intento de cambiar "el modelo" tendría consecuencias calamitosas para amplios sectores de la población. Parecería que el esfuerzo oficial por convencer a la ciudadanía de que cualquier alternativa al gobierno kirchnerista sería inenarrablemente mala para su clientela en las zonas más pobres del conurbano ha brindado los frutos presuntamente deseados, ya que, a juicio de muchos que dependen para sobrevivir de la ayuda pública, en las elecciones legislativas están en juego sus propios ingresos que, es innecesario decirlo, les importan decididamente más que la futura conformación del Congreso nacional o provincial. Conscientes del peligro planteado por la estrategia chantajista del oficialismo de asustar a los pobres asegurándoles que sólo Cristina está en condiciones de defender su precario bienestar y que por lo tanto hay que respaldar a Martín Insaurralde, Massa y otros candidatos han tenido que comprometerse a defender, cueste lo que costare, los esquemas asistenciales que se han improvisado en los años últimos. Puede que no sea posible seguir financiándolos en su forma actual, pero para políticos en campaña, oficialistas u opositores, tales detalles son lo de menos.

No extrañaría que los comprometidos con "el relato" kirchnerista creyeran que les conviene que sigan produciéndose incidentes violentos como el provocado por inadaptados en La Matanza. Es probable que, de no haber sido por la convicción de tantos de que es mejor que el presidente sea un peronista porque de otro modo sería imposible garantizar "la gobernabilidad", el movimiento del que el kirchnerismo es una manifestación reciente se hubiera extinguido hace mucho tiempo. Es natural, pues, que los kirchneristas estén tratando de hacer pensar que sin ellos en el poder el país se vería convulsionado por una rebelión desesperada de los marginados. Si Massa fuera un radical, un socialista o un representante de PRO, los ataques físicos dirigidos contra su propia persona e integrantes de su comitiva podrían resultar provechosos a ojos de kirchneristas que tienen motivos de sobra para sentir temor por lo que podría aguardarles en el llano, pero, desgraciadamente para ellos, la nueva esperanza blanca de la política nacional es peronista, razón por la que, según las reglas no escritas que rigen aquí, debería estar en condiciones de asegurar una transición relativamente tranquila desde el kirchnerismo antes hegemónico y la variante del peronismo que, según parece, está destinada a sucederlo en el poder.

 







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