(cOsAsDiveRTIdAs:235304) Un largo camino de regreso (politica)

 

Editorial
Un largo camino de regreso
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Cuando cambian las circunstancias, tanto las personas como las sociedades se ven obligadas a adaptarse a ellas. Para muchas, se trata de una realidad sumamente ingrata. Pues bien, luego de haber sido beneficiados pasajera y engañosamente por la introducción del euro y por la ilusión de que sus propias economías eran tan confiables como la alemana, los habitantes de los países "periféricos" de la Unión Europea como Italia, España, Portugal y Grecia descubrieron un día que no había soluciones mágicas para los problemas estructurales supuestos por el atraso. Sin poder devaluar la moneda como antes, al hacerse sentir el impacto de la crisis financiera de mediados del 2008, los gobiernos decidieron aferrarse al euro y someterse a una "devaluación interna", un proceso muy doloroso que consiste en reducir el nivel de vida de la mayoría para que resulte sostenible al recuperar el conjunto la competitividad. Para que "el ajuste" se hiciera aún más difícil, todos los países mediterráneos están sufriendo las consecuencias del colapso de la tasa de natalidad combinado con el aumento de la edad promedio y por lo tanto de los costos de esquemas previsionales generosos. Aunque es menor el porcentaje de jóvenes, la rigidez de las leyes laborales y la falta de calificaciones apropiadas les impiden encontrar empleos dignos; en Grecia y España, más de la mitad de quienes tienen menos de 25 años están "en paro".

Así y todo, parecería que por fin las economías más golpeadas por la crisis han tocado fondo. Es lo que cree el gobierno español encabezado por Mariano Rajoy sobre la base del aumento del 0,1% que fue registrado por el producto bruto en el último trimestre. Conforme a las estadísticas, España ya no está en recesión, pero pocos se sienten demasiado optimistas porque sólo se trata de un comienzo. Por cierto, no se recuperará la sensación de que todo va viento en popa que se dio antes de la crisis, hasta que la "madre patria" haya logrado reconstruir la economía para que su productividad global se acerque a la de los países más avanzados de la Unión Europea. ¿Podrá hacerlo sin privilegiar a la minoría reducida que está en condiciones de aportar a la modernización así supuesta a costa de la mayoría? A juzgar por la experiencia de Estados Unidos y la mismísima Alemania, no le será dado hacerlo. En todos los países ricos que aprovechan cada vez más tecnologías nuevas que, por su naturaleza, no crean muchos empleos tradicionales, propende a ensancharse la brecha que separa a los económicamente exitosos de los demás. Que éste sea el caso puede considerarse lógico, pero es comprensible que, al darse cuenta de lo que está ocurriendo, los perjudicados por los cambios que están en marcha se resistan a resignarse a verse en efecto marginados.

La cohesión social depende no tanto de los programas asistenciales cuanto de la convicción difundida de que para casi todos el futuro será mejor que el pasado y que, de un modo u otro, se compartirá la prosperidad prevista. En las décadas que precedieron al desbarajuste financiero, la mayoría, alentada por los dirigentes de todos los partidos políticos importantes, creía que sus propias sociedades continuarían enriqueciéndose. Así, pues, el sistema educativo preparó a una generación de jóvenes para un futuro en que abundarían los empleos bien remunerados pero no muy exigentes. Proliferaron los cursos universitarios en materias novedosas que asegurarían a los estudiantes diplomas presuntamente valiosos pero que, en verdad, a menudo no les servirían para nada; en los países de Europa, sobre todo en los del sur, hay una multitud de jóvenes que, después de completar sus estudios universitarios, aprendieron que las escasas salidas laborales disponibles no tendrían mucho que ver con sus propias aspiraciones. Hasta ahora, la frustración que con toda seguridad sienten no ha tenido un impacto político significante, acaso porque muchos aún creen que, de reanudarse el crecimiento macroeconómico, se restaurará la "normalidad" de la primera parte de la década pasada. Huelga decir que la posibilidad de que ello suceda es virtualmente nula. Desgraciadamente para millones de personas, todo hace pensar que en adelante el desarrollo económico será discriminatorio en términos sociales pero que procurar frenarlo o, cuando menos, morigerar su impacto, acarrearía costos aún mayores.

 







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