(cOsAsDiveRTIdAs:236316) De donde viene la costumbre de comer uvas a la hora de las campanadas
Para la nochevieja, la verdad es que hay pocas tradiciones exclusivamente gastronómicas. Las más generalizadas en sus países de origen, las más afamadas y más exportadas son las lentejas y las uvas.
Las lentejas del fin de año italiano resultarían sanísimas. Ya se sabe que, junto con un cereal como el arroz o el maiz, son el ejemplo de la comida completa desde el punto de vista nutricional y de perfecta digestión. Pero lo tradicional allí y en estas fechas es tomarlas con cotechino, una especie de salchicha enorme originaria de Modena. Y la cosa cambia porque este fiambre está hecho -como casi todos- con carne de cerdo y bastante grasa.
Comer lentejas el último día del año -cuantas más, mejor- nos aseguraría prosperidad económica, aunque visto lo visto y lo que fue de la prima de riesgo italiana, parece que no comen suficientes. Al parecer, la tradición arranca de los antiguos romanos, que regalaban una bolsita con lentejas a parientes y amigos para que a lo largo del año se convirtieran en monedas. Me temo que no se ha registrado ningún caso de esta especie de piedra filosofal. Pero la esperanza nunca se pierde. Y si no, mirad cuanta gente vuelve a comprar lotería pensando que "la del Niño, sí, que en esta toca más".
Además algunos italianos, para hacer acopio de mucha más suerte, también comen uvas como nosotros. Aunque el origen de esta tradición –trasladada a muchos países de Latinoamérica- es genuina "Marca España". Se dice que a fines del 1909, hubo tal cosecha de uvas que los viticultores decidieron repartir los excedentes entre el pueblo, asegurando que repartían con ellas fortuna para el año nuevo. Y que, a partir de ahí, supersticiosos como somos, se convirtió en costumbre. Me cuesta un poco creer esta versión. Por dos razones: primero porque me parece un reparto demasiado generoso, después de haber visto tirar leche a las alcantarillas o tomates y pepinos a los basureros por no haber alcanzado un precio decente en el mercado. Y porque, en la época en que no había más medio de comunicación que el periódico -que pocos podían leer- o los vendedores de feria, nómadas que acababan sabiendo de todo y de todos, la costumbre se generalizó demasiado pronto.
Pero he leído otra explicación que me ha encantado, aunque no se si es o no verosímil. Pero es reivindicativa, satírica y festiva. Y me gustaría que fuera la real. Al parecer, a finales del XIX los aristócratas, los ricos, los "finos", los que Elvira Lindo dice que hablan con tono nasal como signo de distinción, emulaban a los franceses chic tomando uvas con champán en sus encuentros privados para festejar el año nuevo. En paralelo, un alcalde de Madrid en diciembre de 1882 –para que veais que en el Ayuntamiento de la Villa y Corte ya hacían tonterías hace más de un siglo y sin que aún llegara la Botella ni ninguno de sus ancestros- prohibió las algaradas callejeras y las fiestas ruidosas con las que el poco cultivado populacho celebraba la Nochevieja. Así que, con la coña que nos caracteriza, la gente salió a la calle con sus uvitas finassss, finassss, a celebrar con distinción y mesura la llegada de año nuevo. Y hasta ahora.
Esta es versión del origen de la tradición que da el Consejo Regulador de la "Uva embolsada de Vinalopó", de donde procede la uva que tomamos en estas fechas: unos dos millones de kilos, nada menos. Son de la variedad Aledo y a ella se dedican varios pueblos de ese valle. Se empieza a recolectar en noviembre y se termina los primeros días de enero. En su cultivo, desde 1919, se utiliza el embolsado: cada racimo se mete en una bolsa para protegerlo de plagas y pedriscos y mantener un aspecto bonito de color y de piel. De rebote, maduran más tarde y por eso las comemos ahora en su punto. Y carísimas, claro. Aunque es cierto que influye el hecho de que se recojan a mano.
Por lo demás, que sepais que –a pesar de algunos que se dedican con santa paciencia a despepitar y pelar- lo más sano de la uva está en la piel y en las pepitas, ricos en antioxidantes como el resveratrol, que previene el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Pero atragantarse comiéndolas al ritmo de las campanadas me temo que es inevitable.
Fuente:
http://blogs.publico.es/nekane/2013/12/29/uvas-contestatarias/
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