(cOsAsDiveRTIdAs:238648) Continuidad de mandato (politica)

 

Continuidad de mandato
Por Walter Edgardo Eckart

Desde hace algún tiempo pero especialmente a partir de la devaluación de los días 22, 23 y 24 de enero, desde la dirigencia y la sociedad emergió con fuerza en el debate colectivo (formal e informal), a través de preguntas o afirmaciones, diversas consideraciones sobre las posibilidades reales de que Cristina Kirchner complete su mandato, acorde al ejercicio democrático.

Estos interrogantes tienen su objetiva razón de ser, aún cuando desde el seno del poder se hagan lecturas que, invariablemente, confluyen en conceptos como destituyentes, golpistas, conspiradores o cualquier otra cosa parecida.

Hasta pareciera que el país está poblado por bestias ingratas que no reconocen la enciclopedia de logros profesados por el gobierno; y que –incluso- esos grupos ingratos han evolucionado, se han ensanchados, y ya no solo contienen a opositores, periodistas, economistas, empresarios, productores o sindicatos; sino que también abarcan al ciudadano común.

Desde el abuelo avaro que quiso comprar sólo diez dólares para sus nietos hasta el que hoy quiere viajar afuera, o ahorrar y cubrirse frente a los acentuados avatares económicos; sin olvidar –por supuesto- a todos los que han participado en marchas nacionales pidiendo justicia, seguridad, salud, y han repudiado la inflación, la inacción del estado, la corrupción y la impunidad; y sin omitir a los que han tenido el tupé de vacacionar este verano dentro de las fronteras de la patria, aunque lo hayan hecho por pocos días y muchas veces alojándose en hoteles del gremio al que pertenecen.

Aunque la lista podría seguir, lo cierto es que resulta ridículo y patético suponer que, por estos días, alguien pueda creer que abunden argentinos que le hayan prometido (poco menos que a Dios) la firme decisión de complicarse la vida hasta el delirio, involucrándose del algún modo en cuanto supuesto golpe destituyente exista o en toda conspiración que a los ojos del gobierno pueda estar en marcha. Simplemente es una estupidez.

La verdad es que, en una inmensa mayoría, todos tenemos demasiadas cosas de qué preocuparnos y ocuparnos. Y son las mismas cosas de siempre. No hay nada nuevo bajo el sol. Y lo último que nos interesa es enrolarnos en un discurso banal que nos habla de que hay monstruos antipatrias por todas partes.

Y es que tenemos otra dinámica y pensamos en otras cosas.
Desde la casa hasta el trabajo. Desde la atención a nuestros hijos, cónyuges y familiares, hasta el cuidado de nuestra salud y bienestar. Desde cómo se coordina entre familiares la atención al anciano enfermo de la parentela, hasta cómo se le da una mano a otro anciano, olvidado por su prole y convertido casi en material descartable. Desde cómo afrontar que se nos queme un electrodoméstico porque después de un corte de energía mandaron menos de 180 volts, hasta arreglar la moto, el auto, el baño o la gotera.

Estamos ocupados en cosas como éstas… y mil más. Pero casi todo es plata. Cada solución que intentemos, siempre termina en lo mismo: se necesita, por lo menos, algo de dinero.

Por eso, cuando la percepción general, la impresión común, la de la gente sencilla, es que el gobierno ensaya una y mil recetas pero no atina con alguna forma solución creíble y duradera, por ideología o por ineptitud; cuando uno ve que la insistencia en un relato mágico trata de convencer que las cosas funcionan y que hay que estar en positivo y que hay que colaborar, a nadie puede sorprender que alguien -mínimamente informado- se pregunte algo así como: “Si estamos tan bien ¿por qué siento que cada vez me tengo que arremangar más? ¿También es una sensación, como antes me dijeron que era la inseguridad?”

Esto es real. No es una teoría destituyente ni conspirativa. Te lo dice desde el remisero hasta el almacenero; desde el farmacéutico de referencia hasta el docente amigo de la esquina; desde el mecánico hasta el electricista o el plomero; desde el kiosquero hasta el panadero. Cualquiera. Y no lo dicen por ser gorilas o parte de la cadena del desánimo. Lo dicen porque es lo que perciben y –principalmente- porque lo comprueban cada día, tal como nos pasa a muchos.

Y algunos dan un paso más: ¿Qué otro elemento le falta a Cristina para darse cuenta que no le da el cuero para ofrecer soluciones de fondo y sustentables? ¿No hay nadie que le diga las cosas o le dé su propio punto de vista? Y si es así ¿Por qué callan?

¿Es acaso la Presidente una especie de súper mandataria con poderes especiales, capaz de desvanecer en el aire a quien tenga la osadía de abrir la boca para contradecirla? ¿No es acaso una simple mortal, como todos tenemos entendido, a quien el pueblo argentino, en perfecta sintonía con los postulados democráticos, le hizo el inmenso honor de poner en sus manos los destinos del país, con muchos derechos pero con muchas más obligaciones?

En este contexto, en los últimos días varios se han preguntado si Cristina no estaría pensando –al menos en su fuero íntimo- en acortar su mandato y -siempre dentro del marco constitucional- alejarse del gobierno por propia decisión y activar los mecanismos previstos en la Carta Magna para su eventual reemplazo como primera mandataria del país.

Es cierto que algunos fueron más allá. Yoma pidió que renuncie. Barrionuevo, con otras palabras, dijo más o menos lo mismo. Moyano pidió leer a la inversa: Si el gobierno sale a desmentir una eventual renuncia de Cristina es, paradójicamente, porque justamente están considerando esa posibilidad.

De otro lado, Carrió pide por todas partes que CFK debe llegar al 2015, para que el PJ, por primera vez desde la restauración de la democracia, pague el costo político de las consecuencias negativas del gobierno kirchnerista y se abra entonces la posibilidad de elegir en las próximas elecciones un signo distinto al del peronismo.

En fin. Así están las cosas.

Por estas horas ya tenemos un pedido de indagatoria para el vicepresidente Boudou por el caso Ciccone, con alguna posibilidad futura de quedar preso si el asunto se dirime en tal sentido.

Se acelera la inflación, caen las reservas, las paritarias siguen siendo un enigma, la plata no alcanza y el relato oficial sigue siendo el mismo.

¿Qué esperar?
No lo sé. Sólo tengo una certeza: el kirchnerismo, cristinismo o como se lo quiera llamar, ha perdido el sentido de lo cotidiano, de la cotidianidad de cada jornada de un ciudadano argentino.

En Argentina parece haberse consolidado un ámbito, un nivel, tremendamente distante del de la gente (de nosotros), desde donde oficialistas, opositores, gremios, analistas y medios opinan, denuncian, discurren, se pelean, se reconcilian o se vuelven a pelear.

Pero hay un problema. También varios de éstos últimos (opositores, gremios, medios, etc.) han perdido el sentido de lo cotidiano. De sólo escuchar es fácil comprender que cada cual tiene su propio relato. Distinto u opuesto al del kirchnerismo, pero relato al fin, cercano al pueblo en las palabras pero distante en cuanto a sus realidades concretas.

Y mientras tanto, la sociedad, que siempre tiene la mala suerte de quedar en el medio, sigue con su día a día, casi reducida a un simple espectador de un juego que no conoce, y que debe esforzarse -a cada minuto- para saber quién miente y quién dice –por lo menos- algo de verdad; quién vende espejitos de colores y quién alienta desde esperanzas que tienen posibilidades ciertas de convertirse en realidad…

 

 

 

 

 



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